Siento como si me hubiera
atravesado el pecho
con su brazo invulnerable
y ahora tenga mi corazón
en su puño.
Dependo de la presión
que se le antoje aplicar
y si sus caprichos lo requieren
junto sin latidos, me puedo quedar,
sin respiración.
Son como breves golpes
que me hacen estremecer
con disimulo, envuelvo
toda la agonía y sufrimiento
con una leve sonrisa.
Hasta que me doy cuenta
de que no es su mano
la que me estruja,
sino mis propios dedos manchados
de dolor.
Y no es su brazo
el que ahora abandona
mi pecho,
sino el mío aún más largo y crítico.
A la vez que me doy cuenta,
con momentos de más intenso
sufrir, se relaja mi esternón,
vuelve a latir el corazón,
y mi sonrisa
pasa de fingida
a enfermiza.
Día Mundial del Teatro 2014
Hace 11 años