sábado, 27 de junio de 2009

VIVIR EN UN SUEÑO (IV)

Esto sí era mi habitación. La reconocí porque estaba despierto y no podía seguir engañado por ese mundo que había construido. Todo en lo que pensaba, esas ilusiones pretendidas creaban una vida tan fantástica, que creé una fantasía. Me levanté para dar el acostumbrado paseo de reconciliación con el sueño. No había imágenes pululando por la casa. Solo, yo. Me acostumbré a las tinieblas, sin embargo, las apariencias de las cosas que había en la casa despertaban mi curiosidad, despertaban miedo. Las figuras se tornaban monstruosas, cada ínfimo ruido me sobresaltaba entre el silencio. De estar tranquilo pensando bajo la luz nocturna, pasé a estar atento a cualquier cosa que sucediera, de estar mirando la nada pasé a mirarlo todo. Allí donde dirigía la vista veía imágenes grotescas, fogonazos de terror a cada lado, un simple libro era un cuchillo amenazante, un cuadro era una cara desfigurada, todo me acechaba, todo estaba en mi contra asustándome con risas estruendosas de silencio. Miraba hacia cualquier lado para buscar el peligro. Inquieto empecé a correr hacia mi habitación. El pasillo se alargaba cada vez que intentaba avanzar, más y más. Ya no alcanzaba a ver el final, la puerta de mi habitación estaba en un lado del pasillo por lo que no me costaría acceder a ella, pero no conseguía moverme del sitio por muchos pasos que diese. Estiré el brazo para agarrarme al marco de la puerta. Mis dedos rozaban la madera, se acercaban al umbral, pero no tenía fuerzas para sujetarme. Intenté volar para ver si de esa manera llegaba. ¿Volar? Sí, quiero volar. Lo deseé con tal intensidad que el sueño se cumplió, me elevé ligeramente, mis pies dejaron de estar en contacto con el suelo que pareció haber desaparecido en un instante, ahí debajo sólo estaba el vacío. Al ver ese inmenso hoyo negro, me entró el pánico, intenté avanzar. Me quedaba quieto en el mismo sitio, levitando. Tuve la sensación de que empezaba a bajar, hice fuerza por mantenerme flotando, agitaba los brazos en vano. La impotencia me hizo soltar alguna lágrima de angustia que se deslizó hasta caer por el vacío que se había formado en el pasillo. Tenía los ojos llenos de cristales, penas y frustraciones que se perdían en el olvido. Sin más esfuerzos me dejé caer, ya débil tras la lucha inútil me rendí. Todo estaba sucediendo muy rápido. Mi amigo caía conmigo, aparecía y desaparecía rápidamente, allá donde mirase, él estaba cayendo también. Quieto, impasible ante lo ocurrido con su mirada vigilante. Abrí los ojos.

miércoles, 24 de junio de 2009

VIVIR EN UN SUEÑO (III)

No necesitaba soñar. Los entes oníricos de la gente que habitaba por los alrededores de donde yo pasaba, eran enviados a la calle para decorar aquella hora de sopor después de la comida mientras yo volvía a casa. Soñar despierto, vivir en un sueño. Escuchaba la música de mis pensamientos, una banda sonora que me acompañaba siempre, allá donde fuese, entonando mis actos. Cada paso una idea. El problema es que se agolpaban todos en mi indecisión y mi camino acababa por perderse en la inconsciencia. Las nubes flotaban cambiando su aspecto con rapidez, de repente flotaban sinuosas, alumbrado su color blanco por los rayos potentes del sol, como avanzaban velozmente para cubrir el cielo de una masa gris espesa atravesada por finos haces de luz. A los árboles les brotaban bellas flores, se desnudaban, se alargaban y encogían las ramas, se apartaban ante el andar de la gente hasta que algún personaje era atravesado por uno de sus secos brazos y descubría entonces, que era una imaginación.

No podía dejar de pensar en ella, no podía ser un sueño, existía, lo noté. La conocía de antes, lo sentí. Cuando me quise dar cuenta, ya estaba cerca de casa, pero no había nadie, la gente había desaparecido, el murmullo de la ciudad se alejaba, incluso los sueños se disipaban. Al final de aquella calle estrecha y alargada, bajo la sombra de los árboles altos y bajos en un día, ahora soleado, apareció la única persona que me apetecía encontrar en esos momentos, la única persona a la que me apetecía ver y la única persona que no esperaba encontrar. Ella. Venía hacia mí a paso ligero, yo, aunque sorprendido, no me detuve. Localicé su mirada ya desde lejos, respondí a su sonrisa, contuve el sobresalto y la alegría que habitaban con euforia mi pecho. Estaba cerca, tenía que aprovechar aquella oportunidad, tenía que hablar con ella, era el momento de mirarla y decidirme a decirle algo entre temblores nerviosos, entre pensamientos perecederos que me dictaban que hacer. Sin pensar comencé a decir:

- Hola, tengo que decirte algo…

Me silenció con un beso, sus labios juntos, suaves y húmedos me acariciaron la comisura en mi amplia sonrisa. Siguió su camino. Me detuve sorprendido, feliz.
Desde una ventana oscura, me observaba él, mi amigo. En un parpadeo me situé allí dentro, en lo que me parecía mi habitación, ante su atenta mirada. Desperté.

sábado, 20 de junio de 2009

VIVIR EN UN SUEÑO (II)

Otro día más, cansado, tenía que madrugar para ir a clase. Mi amigo y yo nos dispusimos a comenzar el día tras una noche de ensueño para ambos, uno despierto y otro dormido. Seguíamos una rutina diaria, con movimientos mecánicos, inconscientes del momento nos preparábamos como todas las mañanas esperando que nuestros ojos se acostumbraran a la luz y los párpados se despegasen. Una charla del profesor, unas correcciones de la profesora, la lección dictada por el libro, los ejercicios escupidos sobre la pizarra: un día más. La clase se hacía cada vez más aburrida, lo que al principio era un intento fructuoso y motivado de atender, se convertía a lo largo del tiempo en un intento infructuoso de no desplomarme dormido sobre la mesa. Orientaba mi atención hacia mis pensamientos:

- Estoy yo solo aquí en mi cabeza, un lugar privado para decir, más bien pensar (una risa muda y absurda), lo que me apetezca, tan sólo para mí. Nadie se entera, nadie sabe que pasa por mi mente. Podrían enterarse, voy a intentar pensar con tanta fuerza que alguien me oiga. Nada, los muros de las ideas son inexpugnables sólo traicionados por las palabras y los sueños. Los sueños, son algo maravilloso, nos desvelan aquello más profundo que no queremos o no nos atrevemos a pensar ni realizar, sin embargo, por esa misma razón, si soñamos demasiado vivimos decepcionados… ¿Por qué soñar dormido y no vivir lo que quieres? Tal y como estoy pensando ahora puedo soñar, divagar entre mis ilusiones y nadie se enteraría. ¡Disfrutaré despierto de los sueños, no temeré despertar en cada momento por si lo que vivo es un sueño, no temeré olvidar cada mañana aquello ocurrido en mis sueños, traeré los sueños a mi realidad, haré las fantasías realidad, las mentiras de mi mente serán verdad! Soñar despierto, vivir en un sueño.

Ante mi mirada perdida se cruzó una imagen indefinida, era ella: la chica de sus sueños. Me volvió a dirigir sus ojos de canela, volvió a existir por un instante, ella y yo solos, parecía tener todo el tiempo para admirarla y dejarme admirar. Pero todo se destrozó, como un sueño al despertar, me desconcentré de mi turbación confuso y desorientado, ella desapareció atravesada por las risas de mis compañeros. Mi amigo estaba dormido sobre la mesa, estaba soñando con esa chica misteriosa, con la chica de mis sueños. Pero no se reían de eso, había algo más. Yo tenía frío y una extraña sensación por todo el cuerpo, me sentía desprotegido. Cómo era posible, ¡estaba desnudo! Desperté.

Desconcertado miré a mi alrededor. Una vez conseguí enfocar la visión, me di cuenta de que estaba vestido, un alivio fugaz en comparación con las conclusiones a las que iba a llegar. Estaba en clase, pero no en el mismo sitio que antes sino en el que estaba sentado mi amigo, y mi amigo… no estaba, al igual que la chica de sus sueños. Lo único que permanecía eran las risas burlonas del resto de compañeros. Había estado soñando en clase, me había dormido y había soñado, tan sólo es eso. Sin embargo había soñado que tenía un amigo que no existe (una identidad oculta de mi personalidad viviente mientras duermo), había soñado que mi amigo soñaba con una chica, y en realidad yo soñaba los sueños de mi amigo, soñaba su vida como mía vista desde fuera. Estaba mareado por mis pensamientos alborotados, por tantas mezclas extrañas de sueño y realidad, me dolía la cabeza y aún tenía que permanecer en aquella aula. Sólo quería cerrar los ojos y ver, ahora sí, a la chica de mis sueños.

miércoles, 17 de junio de 2009

VIVIR EN UN SUEÑO (I)

Estaba soñando otra vez. Se notaba su respiración agitada y sus movimientos espasmódicos entre las sábanas. Me levanté, simplemente, para dar una vuelta por la casa y adormilarme de nuevo. No había llegado más que al baño con mis pasos lentos, calmados, dejando huellas difusas tras mis talones descalzos, y ya podía ver la luz de sus sueños. Esa noche estaba soñando con mucha fuerza, sumergido en un profundo dormir. La luz casi se podía apreciar como real y no tan sólo como un reflejo de la realidad. Se dibujaban imágenes por todo el salón, a veces caminaban personas de un lado a otro, atravesaban muebles, paredes, cambiaban su aspecto con normalidad y sin apenas percatarte de ello. Aparecían y desaparecían paisajes, situaciones, la oscuridad… Él pasaba de un lugar a otro, también formando parte de sus sueños, un ente quimérico más, indiferente ante el entorno real, sólo pendiente de sus actuaciones imaginadas. Yo observaba maravillado ese espectáculo fantasmagórico y cambiante, a pesar de haberlo visto en alguna otra ocasión, me parecía precioso colorear las noches con el poder de nuestra mente oculta. Esas imágenes ajenas salían de entre las sombras para dejarse ver en mis pensamientos. Yo era lo único real iluminado por la tenue luz de la luna, rastros de plata acariciaban con los pinceles de la noche mis ideas. De pronto apareció algo desconcertante entre todos esos desvaríos de sus deseos. Una persona que me resultaba particularmente conocida, pero nunca la había visto con mis ojos. Sólo se me podía acelerar el corazón hasta empujar el pecho con fiereza, bombeaba sangre con ímpetu hacia mi rostro, me enrojecía el calor interno en contraste con el frío que silbando, golpeaba los cristales. Los fuertes latidos alcanzaron mi cabeza de forma que esa sensación me acribillaba agradablemente. La miré, ella no hacía nada más que permanecer de pie. Se puso frente a mí, me miró, por un momento existió, en esas miradas se veía lo real, lo verdadero y ella lo era. Un sueño, nada más que un sueño, las palabras de nuestra mente dormida no miran como me miró ella. Cuando su mano se acercaba a mi tez, yo temblaba y no era capaz de hacer otra cosa que no fuese fijar mis ojos en los suyos y sonreír. Un leve ronquido disipó todo ese ambiente mágico. A mí ya no me importaba, la chica de sus sueños invadió mis sentimientos.

viernes, 12 de junio de 2009

CLAVADA UNA ROSA


Una rosa nace en mi interior,

aferra fuertemente sus raíces

a mi corazón.

Brota un capullo, inocente, blando,

me acaricia con sus pétalos blancos.

El tallo comienza a salir

de un resquicio del corazón,

una maceta viva

que alimenta la nueva bella flor.

Late,

y en cada impulso mi rosa se abre,

no tarda en dejar ver su envergadura,

crece en mi pecho, la pureza de su color

cautiva entre vísceras.

La planta madura poco a poco...

Aumenta su tamaño poco a poco...

Poco a poco oprime mi pecho

una sensación agradable,

una tortura dulce y constante

que envuelve mi corazón haciéndole latir

dándole calor, haciéndome vivir.

En el tallo florecen espinas,

espadas que atraviesan mi cariño,

mi amor hendido por cuchillos,

puñales que se clavan en la carne roja

regando la flor con mi sangre.

Los pétalos blancos se tiñen de rosa

dolor intenso, mana la sangre carmín.

Agoniza mi corazón,

la vida en su último estertor,

frenan los latidos, muere la flor.

La sangre borbotea,

como un río recorre la rosa marchita,

de los penetrantes pétalos gotea.

Suda una gota de savia.

Mustia, la planta musita:

me quiere, no me quiere

me quiere, no me quiere

me quiere...

Una herida abierta en mi pecho,

dolorida y sangrante

me hace sufrir, dañan al salir

los restos granates.

Un vacío en mi corazón espera

otra semilla que germine

donde yace la flor muerta.

viernes, 5 de junio de 2009

ENTRE LA NIEBLA


Una despedida sin adiós, tan sólo un hasta pronto triste, amargo. Una despedida silenciosa, alejamiento entre pensamientos nada más. Estaba delante de la puerta blanca con la mano dispuesta a llamar, pero yo me sentía incapaz de la esperada despedida que después de todo era una excusa para hablar y contemplar su mirada. Impotente por mi propia indecisión, indeciso por un absurdo temor. Únicamente desparecen los miedos en mi imaginación, escenas posibles provistas por mi mente como ensayo de la realidad que nunca llega. Despierto de mi mirada ausente con un repentino parpadeo. Oía su voz inalcanzable. Bajé la vista y giré la cabeza hacia la salida yendo detrás el resto del cuerpo tratando de impedir torpemente en vano la huida.

Me esperaba un largo viaje a través de un frío paisaje oculto. Las ventanas empañadas del coche, que acatarrado avanzaba a trompicones, dejaban ver diminutas gotas arrastradas violentamente por el limpiaparabrisas. La niebla se disipaba ante los faros del vehículo y pasado este, cubría voluble la carretera. Pensamientos nublados. De vez en cuando se iba la señal de la radio sumiéndome en un largo viaje por los páramos grises de mi cabeza acompañado por la ininteligible voz de la emisora perdida. Comenzaba mi recorrido, un recorrido por mi mente, un recorrido por mis ilusos sueños entre ninfas, fantasías, deseos, musas, pasiones, recuerdos y por supuesto ,se encontraba ella , su radiante sonrisa, su vivaz mirada.

Una exhalación de vapor, un suspiro visible. De pronto la visión de un árbol desnudo, despojado de su riqueza por la gélida dama de manto nevado, un árbol joven de tronco delgado salpicado de líquenes amarillos. Las frágiles ramas pardas se alargan hasta perderse en la bruma, la escarcha abraza las zarzas de alrededor y se estanca en las horquillas y demás hendiduras del único miembro su bosquecillo. Un ave de vuelo hechizante se acercaba para posarse en un banco de piedra cubierto por un ligero verdín. El asiento esperaba que el sereno planeo del pájaro terminase ahí, cesaba el hipnótico batir de alas. Aún dentro del coche me rodeaba la neblina de mi mundo onírico. El majestuoso ave dirigía hacia mí su mirada de cuencas vacías, ojos ciegos, dos pozos negros. El pico afilado arrancaba como gusanos las lágrimas de mi angustia, de mis ojos de recuerdos, de miradas de posibles, de ensoñaciones despedazadas.

Cuando me quise dar cuenta la luz cálida acariciaba mi piel, cerré los ojos, sentía su mano rozando suavemente mi cara. Los rayos de Sol atravesaban las nubes, las separaba, abrían el cielo oscuro. Se iluminó el paisaje bajo una estela dorada que brillaba en la inmensa cúpula azul. Llegué, parece que todo había terminado, pero realmente acababa de empezar. Bajé del coche sacando primero las piernas. Ya en el primer contacto de la suela de goma de mis zapatos con el suelo de tierra húmeda sentí ese agradable crujir de los guijarros, como se acomodaban para marcar mis pasos. Grandes huellas se formaban tras de mí y se entrelazaban entre sí. El barro esponjoso daba paso progresivamente a una hierba mojada. Ahí no se veían la huellas: dejé atrás un camino confuso, tomé mi propio camino, un camino invisible por el verde intenso, “se hace camino al andar”…

Llegó el ansiado regreso, de nuevo estaba allí disimulando mis nervios. Según me acercaba a la puerta, mi alegría aumentaba, el corazón latía cada vez más rápido y con más intensidad. Miraba hacia el suelo como si intentara, de esa forma, evitarla, restar importancia a la situación. Pero tras cruzar el umbral mis ojos se levantaron y la miraron directamente. Parecía esperarme. El encuentro me inundó de felicidad, nada había cambiado. Me miró, sonrió.