Una rosa nace en mi interior,
aferra fuertemente sus raíces
a mi corazón.
Brota un capullo, inocente, blando,
me acaricia con sus pétalos blancos.
El tallo comienza a salir
de un resquicio del corazón,
una maceta viva
que alimenta la nueva bella flor.
Late,
y en cada impulso mi rosa se abre,
no tarda en dejar ver su envergadura,
crece en mi pecho, la pureza de su color
cautiva entre vísceras.
La planta madura poco a poco...
Aumenta su tamaño poco a poco...
Poco a poco oprime mi pecho
una sensación agradable,
una tortura dulce y constante
que envuelve mi corazón haciéndole latir
dándole calor, haciéndome vivir.
En el tallo florecen espinas,
espadas que atraviesan mi cariño,
mi amor hendido por cuchillos,
puñales que se clavan en la carne roja
regando la flor con mi sangre.
Los pétalos blancos se tiñen de rosa
dolor intenso, mana la sangre carmín.
Agoniza mi corazón,
la vida en su último estertor,
frenan los latidos, muere la flor.
La sangre borbotea,
como un río recorre la rosa marchita,
de los penetrantes pétalos gotea.
Suda una gota de savia.
Mustia, la planta musita:
me quiere, no me quiere
me quiere, no me quiere
me quiere...
Una herida abierta en mi pecho,
dolorida y sangrante
me hace sufrir, dañan al salir
los restos granates.
Un vacío en mi corazón espera
otra semilla que germine
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