jueves, 22 de septiembre de 2011

EL CUADERNO



Se sienta como todas las noches a escribir. Hace el amago de encender la lamparita de su escritorio, siempre decide no hacerlo porque no necesita luz.

Abre su pulcro cuaderno, todas las hojas están en blanco, pero no todas están vacías. Pasa las páginas hasta llegar a la adecuada, ésa está vacía.

Coge su pluma sin tinta y empieza a escribir, pero no es en el papel donde se graban las palabras, sino en su memoria, se perforan con un suave cincel. Todo está en su cabeza. La pluma no rasga la hoja de su cuaderno sino el reverso de su frente. Ahí se amontonan las frases llenas de múltiples significados, escritas con un largo suspiro. En realidad lo que memoriza, lo que componen sus pensamientos no son letras, sino cada uno de los movimientos que hace con su mano para construirlas.

Ha terminado. Ha escrito, dicho, pensado, dibujado todo lo que tenía que escribir, decir y pensar y mover. Cierra la tapa del cuaderno, es como un soplido que seca la tinta en su mente, una mano que aparta los restos de grafito para que perdure legible.

Y parece que todo se haya esfumado, que las ideas hayan desaparecido. Aunque él lo olvide todo inmediatamente, el cuaderno siempre le dirá lo que quiere saber con sus palabras sin tinta, sus hojas en blanco, un silencio tan lleno. Para recordar, primero hay que olvidar.