miércoles, 24 de junio de 2009

VIVIR EN UN SUEÑO (III)

No necesitaba soñar. Los entes oníricos de la gente que habitaba por los alrededores de donde yo pasaba, eran enviados a la calle para decorar aquella hora de sopor después de la comida mientras yo volvía a casa. Soñar despierto, vivir en un sueño. Escuchaba la música de mis pensamientos, una banda sonora que me acompañaba siempre, allá donde fuese, entonando mis actos. Cada paso una idea. El problema es que se agolpaban todos en mi indecisión y mi camino acababa por perderse en la inconsciencia. Las nubes flotaban cambiando su aspecto con rapidez, de repente flotaban sinuosas, alumbrado su color blanco por los rayos potentes del sol, como avanzaban velozmente para cubrir el cielo de una masa gris espesa atravesada por finos haces de luz. A los árboles les brotaban bellas flores, se desnudaban, se alargaban y encogían las ramas, se apartaban ante el andar de la gente hasta que algún personaje era atravesado por uno de sus secos brazos y descubría entonces, que era una imaginación.

No podía dejar de pensar en ella, no podía ser un sueño, existía, lo noté. La conocía de antes, lo sentí. Cuando me quise dar cuenta, ya estaba cerca de casa, pero no había nadie, la gente había desaparecido, el murmullo de la ciudad se alejaba, incluso los sueños se disipaban. Al final de aquella calle estrecha y alargada, bajo la sombra de los árboles altos y bajos en un día, ahora soleado, apareció la única persona que me apetecía encontrar en esos momentos, la única persona a la que me apetecía ver y la única persona que no esperaba encontrar. Ella. Venía hacia mí a paso ligero, yo, aunque sorprendido, no me detuve. Localicé su mirada ya desde lejos, respondí a su sonrisa, contuve el sobresalto y la alegría que habitaban con euforia mi pecho. Estaba cerca, tenía que aprovechar aquella oportunidad, tenía que hablar con ella, era el momento de mirarla y decidirme a decirle algo entre temblores nerviosos, entre pensamientos perecederos que me dictaban que hacer. Sin pensar comencé a decir:

- Hola, tengo que decirte algo…

Me silenció con un beso, sus labios juntos, suaves y húmedos me acariciaron la comisura en mi amplia sonrisa. Siguió su camino. Me detuve sorprendido, feliz.
Desde una ventana oscura, me observaba él, mi amigo. En un parpadeo me situé allí dentro, en lo que me parecía mi habitación, ante su atenta mirada. Desperté.

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