miércoles, 17 de junio de 2009

VIVIR EN UN SUEÑO (I)

Estaba soñando otra vez. Se notaba su respiración agitada y sus movimientos espasmódicos entre las sábanas. Me levanté, simplemente, para dar una vuelta por la casa y adormilarme de nuevo. No había llegado más que al baño con mis pasos lentos, calmados, dejando huellas difusas tras mis talones descalzos, y ya podía ver la luz de sus sueños. Esa noche estaba soñando con mucha fuerza, sumergido en un profundo dormir. La luz casi se podía apreciar como real y no tan sólo como un reflejo de la realidad. Se dibujaban imágenes por todo el salón, a veces caminaban personas de un lado a otro, atravesaban muebles, paredes, cambiaban su aspecto con normalidad y sin apenas percatarte de ello. Aparecían y desaparecían paisajes, situaciones, la oscuridad… Él pasaba de un lugar a otro, también formando parte de sus sueños, un ente quimérico más, indiferente ante el entorno real, sólo pendiente de sus actuaciones imaginadas. Yo observaba maravillado ese espectáculo fantasmagórico y cambiante, a pesar de haberlo visto en alguna otra ocasión, me parecía precioso colorear las noches con el poder de nuestra mente oculta. Esas imágenes ajenas salían de entre las sombras para dejarse ver en mis pensamientos. Yo era lo único real iluminado por la tenue luz de la luna, rastros de plata acariciaban con los pinceles de la noche mis ideas. De pronto apareció algo desconcertante entre todos esos desvaríos de sus deseos. Una persona que me resultaba particularmente conocida, pero nunca la había visto con mis ojos. Sólo se me podía acelerar el corazón hasta empujar el pecho con fiereza, bombeaba sangre con ímpetu hacia mi rostro, me enrojecía el calor interno en contraste con el frío que silbando, golpeaba los cristales. Los fuertes latidos alcanzaron mi cabeza de forma que esa sensación me acribillaba agradablemente. La miré, ella no hacía nada más que permanecer de pie. Se puso frente a mí, me miró, por un momento existió, en esas miradas se veía lo real, lo verdadero y ella lo era. Un sueño, nada más que un sueño, las palabras de nuestra mente dormida no miran como me miró ella. Cuando su mano se acercaba a mi tez, yo temblaba y no era capaz de hacer otra cosa que no fuese fijar mis ojos en los suyos y sonreír. Un leve ronquido disipó todo ese ambiente mágico. A mí ya no me importaba, la chica de sus sueños invadió mis sentimientos.

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