domingo, 26 de abril de 2009

MIRADAS



Un ajetreado pasillo, la multitud caminaba abalanzándose sobre mis calmados pasos. Una puerta abierta, entre la masa confusa de personas ignoradas estaba ella. A través del umbral la miré desconcertado. Ella alzó la vista y me encontró andando con mis ojos fijos en los suyos. Un cruce de miradas bastó para que se detuviera el tiempo. Su mirada penetró en mis ojos, mis ojos penetraron en su mirada.

Inundó mi mente un torrente de ideas, un huracán de imágenes que llegó con una inspiración llena de esperanzas. Mis ilusiones se sumergieron en su profunda mirada, mis deseos estaban perdidos entre sus ojos claros y serenos, mis sentimientos flotaban en el inmenso y desconocido mar de su querer, a la deriva, sin rumbo fijo, tan sólo dejándose llevar por la corriente de suspiros y la luz de su sonrisa.


Un instante me hizo pensar, pensar lo maravilloso que sería, simplemente, dejarme llevar. Dejarme llevar por la situación, que cada momento le dijera con gestos mudos a mi entendimiento sordo lo que tengo que hacer, lo que debe suceder. Dejarme llevar por el perfume de sus labios, el sabor de sus besos, el dulce sonido de su risa e incluso por su mirada cristalina al llorar. Sólo dejarme llevar cuando sólo pienso: pienso qué hacer, qué decir, qué haré, qué diré, qué hará, qué dirá, qué tengo que pensar, qué pensaré, que debo dejarme llevar...


Entre ese enredo de ideas aparecen sentimientos claros aunque indefinidos. Sé que siento algo, algo que antes no sentía, algo... distinto. Siento. Hay algo que no soy capaz de describir con palabras, por mucho que lo intente no alcanzo a definirlo... y tampoco me importa, me conformo con sentirlo, no es necesario decirlo. Se juntan en mi boca ocho letras, dos palabras, suficientes. Difíciles de decir porque vienen de un lugar muy lejano, un lugar casi tan desconocido como ella, un lugar profundo dentro de mí, casi tan confuso como ella, diría que es mi cabeza pero no las pienso, existen sin más. Palabras que tampoco pueden concretar mis verdaderos sentimientos pero sirven, te quiero.


Se dibujó en mis pensamientos una escena: Ella y yo, juntos en mis deseos, un sueño tan real que aún en su ausencia me rodeaba el calor de su compañía. Nuestros dedos se enredaban en el pelo del otro, jugando con cada rizo. Miradas inquietas retozaban por nuestros rostros, las miradas traviesas iban de un ojo a otro, de los ojos a los labios, disfrutando de la tentación de quedarnos mirándonos sin hacer más, de la tentación de unirnos en un largo beso que detenga el tiempo... Nos acercábamos lentamente, despacio, aprovechando cada centímetro del espacio, cada minuto del tiempo con regocijo, recreándonos en las miradas que cada vez se acercaban más y más. Las bocas entreabiertas se acariciaban suavemente sin llegar a juntarse, notábamos la cálida respiración del otro sintiendo su vida, palabras susurradas se leían directamente en nuestros labios, con inocente pasión nos fundimos en un beso. No eran necesarias las palabras. Las caricias estaban llenas de ternura. Las inmensas sonrisas llenas de amor. Cariño en el roce de nuestras mejillas, cariño en un gesto afectuoso, mi dedo dándole un pícaro toque en la punta de su nariz respingona...


Todo acabó como había empezado, de repente. Una expiración desalentada. Un sueño roto que esperaba cumplir, las esperanzas de conocerla alimentaban mis ilusiones. No me podía detener, el contacto de las miradas se perdió, ya sólo había una pared aunque todavía esperaba encontrar una puerta en la que apareciese ella. Esa sensación en el pecho, ese fuerte latido constante semejante al que sale cuando te asustas, permanecía. Quizás era el temor de no volver a verla, el temor de no volver a soñar con ella, el temor de no volver a ver esa mirada.