miércoles, 30 de septiembre de 2009

NACER...


Descalzo, entre la oscuridad, caminaba lentamente por el frío de la noche. Crucé el umbral de la puerta del baño para asearme antes de dormir. Con sólo la luz de la luna encontré el grifo, lo abrí y empapé mis manos de agua, recogí ese frescor para limpiar mi cara. Miraba ese pequeño charco, aparecía una imagen un poco borrosa,

“Había un hombre y una chica joven en lo que parecía la sala de espera de un hospital, la frivolidad de los fluorescentes alumbraba la soledad de los asientos ocupados por ese hombre y esa chica. De una gran puerta apareció un médico que se dirigía a las únicas personas de la sala, el hombre y la chica, y les comentó:

-Estamos teniendo unos problemas pero no deben preocuparse, de momento es como un parto cualquiera.”

Sorprendido solté el agua que se derramaba gota a gota desde mis manos hasta el desagüe, el agua se perdía como mi vista, sólo existía mi pensamiento. Levanté la cabeza, observé con dificultad el espejo, me vi, de repente mi retrato se transformó ligeramente en el rostro de una mujer, tenía expresión de sufrimiento y a la vez de alegría, se encontraba en una camilla de hospital.

Giré la cabeza hacia mi habitación, estaba asustado, recordé las visiones, el hombre era mi padre, la joven era mi hermana y la mujer en parto era mi madre. Lo comprendí todo aunque no quería aceptarlo. Yo estaba naciendo.

Caminé lentamente a mi habitación, impresionado, otra imagen se superponía sobre la vista real. Según me acercaba a la puerta, se intensificaba el dolor en la cara de mi madre, andaba con los ojos abiertos, con cara de asombro. No era dueño de mis movimientos, no sabía lo que hacía, no sabía lo que había hecho hasta ahora, sólo sabía que lo que parecía real sólo estaba en mi cabeza y las visiones eran lo real. Retiré la manta y la sábana de la cama, oía gritos en mi cabeza, se mezclaba lo que yo veía, mi nacimiento y una luz en el centro de mi visión.

Una lágrima se deslizó desde mis ojos, estaba solo, ya nací... ya morí.

Acostado, invadido por el sueño se me cerraban los ojos, me pesaban los párpados.
Desapareció la visión, permaneció una suave canción entre llantos, la nana de mi madre: Cierra los ojos...

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