jueves, 20 de agosto de 2009

UNA NOCHE... (I)

Otro sábado cualquiera por la noche. Tras un día agotador, buscan la evasión de la realidad. Cinco jóvenes acompañados de sus botellas de cerveza vagan por un parque frondoso cubierto por el manto de la oscuridad. Unas tenues luces de viejas farolas iluminan el camino que quieren seguir.

Entre risas, anécdotas y comentarios absurdos pasan las horas. Las tinieblas les rodean cada vez más a medida que el parque se abandona. Todo un parque, grandes extensiones de paseos y jardines negros y fríos para ellos solos, alimenta su imaginación incitándoles a caminar sin detenerse, descubrir en la noche lo que ya han visto de día pero con un peligro novedoso: las creaciones de su mente entre las sombras.

El sonido producido por el vidrio de las botellas al chocar unas contra otras en la agujereada bolsa de plástico, marca su ritmo. Andan a amplias zancadas, con decisión sin saber a donde van. Rápido terminan el espumoso líquido que les despeja, el más precavido tira la botella a un contenedor, mientras que los otros cuatro las tiran al suelo deleitándose con el ruido del recipiente despedazándose en múltiples pequeños cristales.

Continúan su camino, adentrándose más y más en zonas más desconocidas y más solitarias. El miedo se apodera de uno de ellos, asustadizo intenta advertir a los demás de lo que se pueden encontrar. Ignorado entre risas estruendosas y variadas de cada uno de ellos, siguen. La conversación le tranquiliza. El chico del grupo que les guía por una zona que aparentemente ya ha visitado mira de vez en cuando hacia atrás para vigilar que nadie les siga. Eso tranquiliza al joven algo asustado, también la seguridad de sus compañeros. Lo único que le pone más nervioso son las sombras confusas, las farolas rotas que cada vez alumbran menos, el murmullo del río, el ronroneo de la suave brisa, los juncos que cubren con espesor ciertas zonas ocultando posibles peligros, la cara de la luna llena que asoma entre nubes difusas, los contornos del paisaje nocturno, los lugares ya desconocidos, él.

Una persona desgarbada, vestida con harapos y acompañada de un sucio perro se acercaba tambaleándose hacia los chicos, una figura triste que caminaba torpemente bajo el cielo nocturno. Algo intimidados por la situación, se quedaron todos atentos y observando. Cuando se acercó más le vieron mejor su cara desencajada, ojos desorbitados y mirada ausente bajo un pelo amontonado por la suciedad. Sus gritos confusos retumbaban por el eco, no entendían lo que decía hasta que se percataron de que se lo decía a ellos: ¡Lugares desconocidos en una fría noche perdida, misterios seductores para buscadores de calma! ¡Quién busca calma la tendrá eterna, si busca en este paraíso urbano! ¡Tentaciones atractivas para las almas ocultas que roban la vida de patéticos personajes, salida de deseos furtivos! ¡Macabros paisajes ahora, inocentes durante el día, perfectos escondites de ánimas perdidas!

Tal como vino este extraño ser se fue. Pasó de largo llevando sus malolientes augurios a un lugar donde poder resguardarse y descansar de su penosa existencia. Pero las cosas no estaban como antes de su aparición, algo despertó de su vida aletargada. No era el vagabundo a quien temía su alma inquieta. Tenía una extraña sensación que pretendía avisarle de lo que iba a suceder, una sensación que no lograba a reconocer ni distinguir, pero sabía que algo se acercaba.

El chico temeroso, les reprochaba a los demás el no haberle hecho caso sobre lo que se podían encontrar. Le tranquilizaron para proseguir con su paseo. Después de todo estaba entre amigos y confiaba en ellos, se dejó llevar aunque esos miedos siguiesen ahí. ¿Qué podía pasar?

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