sábado, 25 de julio de 2009

VIVIR EN UN SUEÑO (FINAL)

Salí del portal con el fin de dirigirme a unos bancos cercanos y pensar con paciencia. A mitad de camino entre lo que yo creía que era mi casa y mi actual destino, me detuve a esperar ante un cruce. Cerca de la calzada me apoyé, acompañado de un suspiro, en una pared. Pasaban coches sin cesar, no veía el momento de pasar, así que me quedé ahí recostado observando lo que ocurría a mi alrededor y cavilando. El paisaje era igual que siempre, las hojas de los árboles volaban hasta una fachada y la teñían con sus vivos colores del arcoíris.

Recorría la acera con pasos indecisos una madre que agarraba de la mano a su hijo. Discutían con levedad. El niño iluso no quería volver a casa hasta no recibir la llegada de alguien muy especial para él. La madre compasiva le sonreía viendo lo feliz que le hacía eso a su hijo, sin embargo, sabía que no le convenía esperar allí, le invitaba a esperar en casa para darle tiempo a inventar una excusa lo suficientemente razonable como para que el niño no llorase desconsolado en su hombro una vez más y tan sólo se fuera temprano a la cama decepcionado. La mirada de la madre era la mirada de cualquier madre que ve indefenso a su hijo y le quiere con locura, dándole en todo momento gestos de cariño y haciendo lo que más le conviene. El niño inocente esquivaba la mirada de la madre porque sabía que no era lo que ella quería que hiciese, aunque se lo permitía porque él tenía una ilusión inquieta. Se detuvieron ante el cruce, se detuvieron ante mí. Ella quería dirigirse a casa, él esperar ahí. La madre le pretendía convencer con argumentos vanos pero con una sola intención, su bien. Él miraba en la lejanía del horizonte esperando ver lo que esperaba con una ilusión arrolladora, preocupado ignoraba ligeramente a su madre intentando convencerla de que llegaría su esperanza y no habría ningún problema. Ella algo indecisa decidió dejarle esperando, confiaba en él aunque desconfiaba en lo esperado. Le besó la mejilla, le sonrió con ternura y fue desvaneciéndose con sus pasos. El niño estaba sólo con la mirada fija en el camino de la carretera que le traería sus ilusiones. De pronto lo vio, un golpe de alegría pareció estremecer su corazón lanzándole hacia una camioneta blanca que aparcaba enfrente. Corría alegre, una amplia sonrisa iluminaba su figura. Un sobresalto predictivo me impidió reaccionar e impedir lo que estaba a punto de suceder. Un coche atropellado frenó repentinamente las ilusiones, las esperanzas del niño. La camioneta abrió sus puertas y apareció un hombre inexpresivo que miró lo ocurrido, me miró a mí. Se transformó en mi amigo, desapareció. El niño arrojado en el asfalto, ahora, era mi amigo. Ahora, era yo. Miré mi posición confuso, ya no estaba apoyado en la pared, estaba en el lugar del niño, inmóvil en el suelo y vi a la madre, recién aparecida, que lloraba arrepentida de haberme abandonado cuando sabía que no debía haberlo hecho. Era ella, la madre mostró el aspecto de aquella bella y arrebatadora mujer, la chica de mis sueños. No sabía que iba a suceder, veía imágenes fugaces a mi alrededor, colores y fantasmas de ensueño.

¿Estaba muriendo?

Si sueño, despertaré y podré vivir mi vida bajo mis decisiones, no llevado por los antojos de mi mente.

Si estoy despierto, dormiré para siempre y estaré sumergido en mis sueños sin ninguna frustración, ya que lo peor que te puede suceder en un sueño es despertar y seguro, eso no ocurriría.

Al fin descubriré la verdad. Vivir mis sueños o soñar mi vida.

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